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IV JUEVES

«Javier» está sentado en una silla de ruedas en su habitación, cerca de la ventana. Mira el jardín que hay fuera. Su cara está seria. Parece nervioso, porque se frota mucho las manos. Tiene en la mesa que está cerca de la ventana el periódico de ese día. Continúa en la misma habitación, en el mismo hospital. No recuerda nada.

Entran Ainoa, el doctor y Pedro Herrero, el policía. Caminan y hablan unos con otros. El doctor está enfadado.

—¿Ocurre algo? —pregunta «Javier».

—Bueno, realmente no —responde Pedro—. Hablamos de usted. La policía y el hospital necesitan colaborar. Vamos a actuar juntos. Nosotros queremos resolver el robo, porque el otro hombre está inconsciente y no sabemos cuánto tiempo necesita para curarse. La única solución es su memoria. Usted quiere recordar, ¿no?

—Por supuesto que sí. No me gusta estar sin hacer nada, sin saber quién soy, un ladrón o un padre o un millonario... ¿Qué piensan hacer?

—El hospital colabora con la policía. La enfermera Ainoa está en estos momentos dedicada a usted exclusivamente. Su trabajo es hacer volver su memoria. Usted necesita ayuda para recordar. Ella es su ayuda. Fotografías, periódicos, paseos, charlas... todo es útil para traer un recuerdo. A lo mejor, un paisaje o un árbol o una frase despiertan su memoria. Con su memoria, todos ganamos: la policía puede aclarar el robo, el hospital le cura a usted, y usted mismo recupera su vida y sus recuerdos. ¿Qué le parece?

—Todos ganan, excepto yo, que posiblemente voy a la cárcel.

—Es un riesgo. Pero también existe la otra posibilidad: es inocente y no pierde nada. El robo está aclarado y usted está libre y con su familia o trabajo... con su vida normal.

—Ya. Bueno, me parece bien. ¿Empezamos hoy?

—Sí. Lo primero, vamos a la habitación donde está el otro hombre. Tiene la posibilidad de recordar algo. Posiblemente es amigo suyo.

—Cómplice, quiere decir. En ese caso, la cosa está clara: yo soy amigo suyo, uno de los dos es un ladrón..., conclusión: los dos somos cómplices.

Pedro Herrero, serio, murmura:

—Es mejor no pensar demasiado en las posibilidades.

El doctor se va a visitar a otros enfermos y Pedro Herrero y Ainoa, que transporta a «Javier» en la silla de ruedas, caminan para tomar el ascensor. Esperan en el pasillo un rato y finalmente entran en uno de los ascensores. «Javier» dice:

—Este hospital es muy grande, ¿no?

—Sí —responde Ainoa— . Muy grande y además muy bueno y famoso. Es bastante moderno y en algunas cosas es uno de los mejores de España.

—En enfermeras, por ejemplo —bromea Pedro.

Ainoa se ríe.

—Por supuesto, en enfermeras es el número uno.

«Javier» pregunta:

—¿Subimos o bajamos?

—Usted está en el piso cuatro y el otro en el seis. Él está en la UCI.

—¿UCI? ¿Qué es eso?

—Unidad de Cuidados Intensivos. Es donde están los enfermos más graves, los que necesitan vigilancia especial.

—Usted no recuerda muchas cosas de la vida normal, ¿no? —dice Pedro Herrero— Quiero decir que no se acuerda de su nombre o de su familia, pero tampoco de algunas cosas que le rodean, del país o de cosas que sabemos de forma natural, ¿verdad?

—Es cierto. Hay cosas que recuerdo y cosas que no. No sé cuántas cosas. Ainoa me dice que su nombre es vasco; de eso no me acuerdo. Bueno, ahora sí, claro —mira a Ainoa, sonriendo—. Ahora sé que Ainoa es un nombre vasco.

—¿Sabe qué país es éste? ¿Cuántos habitantes tiene? ¿En qué ciudad estamos? ¿Quién es el presidente del gobierno? ¿Cómo está la economía? ¿Dónde...?

—Por favor, por favor, son demasiadas preguntas —dice Ainoa—. Es mejor ir poco a poco. Parece el Trivial.

—¿El Trivial? ¿Qué es? —dice «Javier».

—Un juego de cultura. Bueno, ya estamos aquí. Se paran en una puerta doble. Ainoa entra en otra habitación y sale con unas batas verdes y unas mascarillas y bolsas.

—Nos ponemos las batas, las bolsas en los pies y las mascarillas en la boca para no llevar microbios y enfermedades a los enfermos de la UCI. Tampoco es posible hablar muy alto ni estar mucho tiempo.

—De acuerdo —dice «Javier».

Pasan la puerta. Hay un pasillo central y camas con enfermos en las dos paredes. Hay también máquinas cerca de los enfermos para vigilar su situación. Finalmente, se paran ; en una cama hay un hombre con la cabeza escayolada. El hombre está con los ojos cerrados.

—Bueno, aquí está. Es el hombre del accidente.

«Javier» mira con atención. El hombre tiene más o menos los mismos años que él. Su cara no es nada especial. A «Javier» le parece que es la primera vez que lo ve. No tiene ningún recuerdo de ese hombre.

—No, no creo conocer a este hombre.

—¿Está seguro? —pregunta Pedro Herrero.

—Sí, es la primera vez que lo veo. No me trae recuerdos. Ainoa lleva la silla de ruedas al pasillo. El policía camina, serio; en el pasillo se quitan las batas, las mascarillas y las bolsas de los pies. Ainoa se lleva todo. Pedro dice:

—Mala suerte para todos.

—Lo sé. Quisiera recordar, pero no me acuerdo de este hombre.

—Bueno, me voy. Tengo trabajo. Hasta mañana. Ainoa está otra vez con ellos.

—¿Se va? Nos vemos mañana. Pero mañana seguro que estoy cansadísima.

—¿Por qué? —pregunta el policía, que espera el ascensor.

—Esta tarde voy al concierto de Mecano en la plaza de toros. Me gustan mucho y también me gusta mucho bailar. El problema es que hay trabajo al día siguiente y...

—¿Mecano? —pregunta «Javier», nervioso—. Eso me recuerda... No sé, tengo una sensación rara. Tiene relación con el accidente... Es difícil de explicar. Recuerdo un poco el accidente, una cosa roja y Mecano está también relacionado.

—¿Mecano, relacionado con el accidente? —pregunta Pedro Herrero, extrañado—. Me parece que está usted un poco confuso, Javier. ¿Qué tiene que ver un grupo de música con un accidente?

—No lo sé, pero esa palabra me trae recuerdos que están relacionados con el accidente. No sé cómo o por qué.

—Mmmm. Es extraño.

El ascensor llega, y los tres entran. En la planta número cuatro, el policía dice:

—No sé... Voy a pensar en esa relación. Hasta mañana.

—Hasta mañana.




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