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ROSAMUNDA

Estaba amaneciendo, al fin. El compartimento de tercera clase olía a cansancio, a tabaco y a botas de soldado. Ahora se podía ver a la gente acurrucada, a hombres y mujeres dormidos en sus asientos duros. Era aquél vagón-tranvía, muy incómodo, con el pasillo lleno de cestas y maletas. Por las ventanas se veía el campo y la raya plateada del mar.

Rosamunda se despertó. Le dolía el cuello – su largo cuello marchito. Echó una mirada a su alrededor y se sintió aliviada al ver que sus compañeros de viaje seguían durmiendo. Salió con grandes precauciones, para no despertar, para no molestar, “con pasos de hada”, − pensó, − hasta la plataforma.

El día era glorioso. Apenas se notaba el frío del amanecer. Se veía el mar entre naranjos y Rosamunda se quedó como hipnotizada por el verde profundo de los árboles, por el azul claro del mar.

− ¿En qué piensa Vd?

A su lado estaba un soldadillo. Un muchachito pálido. Parecía bien educado. Parecía a su hijo. A un hijo suyo que había muerto. No al que vivía, no, de ninguna manera.

− Estaba recordando unos versos míos. Pero si Vd quiere, no tengo inconveniente en recitar...

El muchacho estaba asombrado. Veía a una mujer ya mayor, flaca, con el cabello oxigenado, con el traje de color verde, muy viejo, los pies calzados en unos viejos zapatillos de baile color de plata. Y en el pelo tenía una cinta plateada también, atada con un lacito. Al muchacho le daba pena mirarla, pero al mismo tiempo él tenía interés porque era joven y todo aquello le parecía una aventura.

− Si Vd supiera[82], joven, − dijo Rosamunda de pronto, − lo que este amanecer significa para mí..., este correr otra vez hacia el sur, a mi casa donde no existe la incomprensión de mi esposo. Yo sé que Vd. tiene corazón y es capaz de comprenderme.

Se calló por un momento. El tren corría y el aire se iba haciendo cálido y dorado.

− Yo era una joven rubia, de grandes ojos azules, − continuó Rosamunda, − una joven apasionada por el arte..., de nombre Rosamunda...

Su verdadero nombre era Felisa pero este nombre no le gustaba nada. En su interior desde los tiempos de su adolescencia siempre había sido Rosamunda. Este nombre la salvaba de la estrechez de su casa y de la monotonía de su vida y convirtió al novio zafio y colorado en un príncipe de la leyenda.

− Yo tenía un gran talento dramático y además era poetisa. Tenía dieciseis años apenas, pero me rodeaban los admiradores. En uno de los recitales conocí al hombre que causó mi ruina. Me casé sin saber lo que hacía y él, celoso de mi exito, me tuvo encerrada años y años.

Sí, Felisa se había casado, pero no a los dieciseis años sino a los veintitres. Había conocido a su marido el día cuando recitó versos suyos en casa de una amiga. Él era carnicero. Y lo cierto era que sufría mucho todos aquellos años sin poder recitar los versos. Lloraba y aguantaba las palizas y los gritos de su esposo. Sólo uno de sus hijos la amaba y la entendía, otros – no, otros eran como su padre y se reían de ella.

− Tuve un hijo único. Le llamé Florisel... Crecía delgadito, pálido, así como Vd. Le contaba mi magnífica vida anterior y él me escuchaba... como Vd. ahora, embobado.

Ella sonrió. Sí, el joven la escuchaba absorto.

− Este hijo murió. Yo no lo pude resistir... él era lo único que me ataba a aquella casa. Tuve un arranque, cogí mis maletas y me volví a la gran ciudad de mi juventud y de mis éxitos... Pero mi marido empezó a escribirme cartas tristes y desgarradoras: no podía vivir sin mí, además era padre de Florisel...

El muchacho veía animarse por momentos a aquella figura flaca y estrafalaria que era la mujer. Habló mucho de su futuro y pasado; se veía como “una sílfide cansada”.

− Y, sin embargo, ahora vuelvo a mi deber, vuelvo al lado de marido como quien va a un sepulcro.

Felisa volvió a quedarse triste y miraba absorta a la ventana. Había olvidado aquellos terribles días de hambre en la ciudad grande, las burlas de sus amigos ante sus proyectos fantásticos, había olvidado su llanto y su terror y los insultos y sus besos a aquella carta del marido en que, en su estilo tosco y autoritario a la vez, recordando al hijo muerto, le pedía perdón y la perdonaba.

El soldado se quedó mirándola. ¡Qué tipo más raro, Dios mío! No cabía duda de que estaba loca, la pobre. Al sonreírle ella, notó que le faltaban dos dientes.

El tren se iba deteniendo en una estación de camino. Era la hora del desayuno, del café de la estación venía un olor apetitoso... Felisa miraba hacia los vendedores de rosquillas.

− ¿Me permite Vd. invitarla, señora?

En la mente del soldado empezaba a insinuarse una divertida historia. ¿Y si contarla a sus amigos que había encontrado en el tren una mujer estupenda y que...?

− ¿Invitarme? Muy bien, joven... Y no hay que tratarme con tanto esmero, por favor. Puede Vd. llamarme Rosamunda, no voy a enfadarme por eso.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Dónde desarrolla la acción del cuento?

2. ¿A dónde salió Rosamunda? ¿Cómo pasaba la mañana?

3. ¿A quién encontró?

4. ¿Cómo era Rosamunda desde el punto de vista del joven?

5. ¿Cómo se presentó Rosamunda al soldado?

6. ¿Cuál era su verdadero nombre? ¿Por qué le gustaba tanto el nombre Rosamunda?

7. ¿Cómo pasaba su vida familiar verdadera e inventada?

8. ¿Qué pasó a uno de los hijos de Felisa?

9. ¿Qué hizo la mujer después de la muerte de su hijo?

10. ¿Cómo fue su vida en la ciudad grande? ¿Por qué volvía a la casa de su marido?

11. ¿Qué pensó de ella el muchacho al oír toda su historia?

12. ¿Qué tipo de historia pensó el joven contar a sus compañeros?

 

 

MUY DE MAÑANA

El hombre del puesto de melones tenía un perro atropellado, que arrastraba una pata lastimosamente. El hombre no hablaba con nadie, ni siquiera con los clientes. Se despertaba muy de mañana e iba a la taberna. El perro caminaba junto a él, olisqueaba en un sitio, se entretenía en otro.

En la taberna el hombre tomaba una copa de aguardiente, a veces dos, cuando tenía mucho frío o cuando estaba destemplado. Hacía un cuenco con la mano y vertía un poco de aguardiente en él. Se lo ofrecía al perro, que lamía ávidamente. El perro también desayunaba con aguardiente.

De este hombre se sabía solamente en la vecindad que se llamaba Roque, y el perro, Cartucho. Cartucho era perro vagabundo, al que un buey dejó tuerto con la punta de un cuerno. Cartucho es el perro de los vertederos, diversión cruel de muchachos, aullador eterno del invierno.

Roque y Cartucho no eran como amo y perro, eran casi como hermanos. Se parecían. Roque era pardo, feo, sin edad, ¿cuarenta, o cincuenta, o más años? Roque tenía una mirada perruna, triste casi siempre, alguna vez, feroz. Cartucho era pardo también, con unos ojos pitañosos, bobos, temerosos. El miedo y la ira se conjugaban en su corazón.

Roque hacía tres comidas al día. Una a media mañana: pan y fiambre. Otra a las dos o tres de la tarde: pan y fiambre. La última a las nueve de la noche: pan y un poco de aceite. El perro comía lo mismo que Roque. De vez en cuando aprovechaban un melón.

Aquel octubre hacía mucho frío. El montón de los melones había bajado. Cuando había viento los melones silbaban. Parecía que los melones silbaban porque el viento juega entre ellos y se pierde en el laberinto.

De noche y de madrugada Roque solía hablar con el guarda. Eran conversaciones sin tema, balbucientes, infantiles. Roque llamaba a Cartucho y bebía un trago de su botella. El guarda hacía lo mismo sentado en un tronco cerca de la carretera.

− ¿Qué tal hoy la venta? – preguntó un día el guarda.

− Mal, − contestó Roque y Cartucho alzó la oreja al pasar un automóvil a gran velocidad.

− Oiga, ¿cuándo levanta el puesto?

− Mañana mismo.

− ¿Y lo que le queda?

− Es poco. Liquido barato.

− ¿Vuelve a su tierra?

− No, soy de aquí. Voy a trabajar.

− ¿En qué?

− Ahora no sé. Ya veremos.

Cartucho alargó el hocico y olía el barrullo de papeles que cubrían el sobrante de la cena del hombre y que comería en esta hora primera de la mañana.

− Quieto, − dijo el guarda.

− No lo toca, hombre, − explicó Roque, − no come más que lo que le dan.

Cartucho se metió entre las piernas de su amo y enseñó los dientes.

El guarda comentó:

− Es feo el demonio del perro, ¿no le parece?

− ¿Feo? No lo creo así.

− ¿Y de qué tiene la pata rota?

− Un coche.

Por la mañana la calle estaba blanca y vacía, como muerta. La taberna bostezaba despertándose. El mostrador de estaño brillaba apagadamente.

− Una copa de aguardiente.

Roque vertió un poco en el cuenco de la mano para Cartucho. El perro lamió moviendo el muñón del rabo. Le brillaban los ojos alegres. Roque sonreía mostrando al sonreír sus dientes terribles de animal de combate.

− Otra copa.

Cartucho arañaba con las manos la pierna de Roque. Roque sonrió y confesó al tabernero, indiferente a esta expansión de ternura:

− No podría vivir sin él.

Roque pagó y salió a la calle. Era el último día de la venta. Todavía no pasó a la acera, estaba en la calzada. Roque tenía alegría en el corazón. Iba a terminar su trabajo y el sabor del aguardiente en la boca le daba fuerza.

− Cartucho.

Pero Cartucho saltó a la calzada. Se oyó un motor que avanzaba como una tormenta desde la blancura del fondo.

− Cartucho, Cartucho.

El perro dudó. El coche estaba ya muy cerca. Roque se lanzó a la carretera. El coche hizo un viraje para no atropellarle, pasó sobre Cartucho y continuó lejano, veloz, hasta perderse.

− Cartucho, Cartucho.

Roque lo recogió del suelo, lo abrazó. Al perro se le escapaba un hilo de sangre por las fauces. Roque se sentó en el bordillo de la acera.

− ¿Qué ha pasado? – le preguntaban.

Pero Roque no respondía. Sus palabras de propio consuelo eran tremendas, le silbaban en el laberinto de los dientes, como una fuerza de la naturaleza, como un viento huracanado.

La llaga de Roque, la llaga de la soledad de Roque necesitaba de Cartucho.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cómo era el perro del hombre del puesto de melones? ¿Cómo se llamaba?

2. ¿Cómo era Roque, el amo de Cartucho?

3. ¿Cómo solían desayunar Roque y Cartucho? ¿Dónde lo hacían?

4. ¿Qué tiempo hacía aquel octubre?

5. ¿Cuándo y cómo pensaba Roque terminar la venta? ¿Qué planes hacía para el futuro?

6. ¿Qué dijo Roque al día siguiente al tabernero sobre Cartucho?

7. ¿Qué pasó después en la carretera?

8. ¿Qué tal les parece, cómo será la vida de Roque después de lo ocurrido?

 

 




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