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V VIERNES

El día es estupendo, con sol y una temperatura agradable. «Javier» está más contento y animado. Ahora recuerda una cosa; el primer recuerdo de su otra vida ya está en su cabeza. Supone que otros recuerdos esperan para salir. Esa mañana los enfermeros le bañan y le afeitan. Su ropa está también limpia. Se siente bien.

Entra Ainoa. Ella también está vestida con ropa de calle, no con la bata del hospital. Parece cansada, pero contenta.

—Hola, buenos días. ¿Cómo estás hoy? ¡Qué guapo! Estás limpio y afeitado. ¡Qué camisa tan bonita! ¿Es la ropa del accidente?

—Hola. Sí, es mi ropa. O eso dicen. Pero es verdad que me resulta familiar. ¿Qué hacemos?

—Como ves, yo también voy con ropa de calle. Sólo me dedico a ti, a ayudarte a recordar. Vamos a dar un paseo por la ciudad. Ver cosas ayuda a recordar, ya sabes.

—Estupendo. Tengo ganas de salir. Aquí tengo demasiado tiempo libre. Me aburro. Quisiera respirar aire natural, no acondicionado.

—Pues vamos. Tengo coche; cargamos la silla de ruedas en él y vamos al Paseo de Pereda, que está muy bonito hoy. Paseamos, miramos cosas, hablamos y seguro que tu memoria regresa poco a poco. ¿Vale?

—Vale. Me parece un plan buenísimo.

Ambos salen del hospital. El coche de Ainoa es pequeño, pero está limpio y cuidado. Con problemas, «Javier» y la silla consiguen meterse. Él va en el asiento del copiloto, y la silla, plegada, en el de atrás. Santander está preciosa esa mañana. Hay mucha gente en la calle y el día es luminoso. Hay muchas flores en todas partes. También hay mucho tráfico; demasiado. El coche marcha despacio. Finalmente, llegan al Paseo de Pereda, que es la calle principal de Santander, una bonita avenida que está paralela al mar. Hay muchas flores y tiendas.

Aparcar en Santander no es fácil, pero Ainoa ve un sitio bueno y deja allí el coche. Bajan y pasean.

—Tenemos suerte —dice Ainoa—. Un precioso día, sitio para aparcar, tiempo libre...

—Sí. Necesito tomar aire fresco.

—¿Qué te parece si tomamos algo en una terraza? Tengo muchas ganas de tomar un refresco. Estoy hecha polvo. ¿Te parece bien?

—Me parece muy bien. Es verdad, tu concierto de ayer. ¿Qué tal?

—Genial. Me encanta ese grupo. Ella canta muy bien y los conciertos resultan muy animados. Pero bailar demasiado es malo; ahora estoy muerta. Llegan a una terraza y se sientan. El camarero pregunta:

—¿Qué desean?

—Yo, una Coca-Cola, por favor —dice Ainoa. Y mira a «Javier»—. Necesito estar despierta.

—Para mí, un zumo de naranja.

—¿Algo para picar? —pregunta el camarero.

—¿Unas patatas fritas? Tengo un poco de hambre.

—Vale, unas patatas fritas —responde «Javier».

El camarero se va. Ainoa dice:

—Zumo de naranja. ¿Siempre pides zumo de naranja? ¿Te acuerdas de tus bebidas o comidas favoritas?

—Mmm. No sé, pero es verdad que me gusta el zumo de naranja. No es exactamente un recuerdo..., más bien una intuición.

—Ahá. Eres un chico natural. Un deportista o un ecologista, o algo así.

—No sé. Es posible.

El camarero llega con las bebidas y las patatas. Ainoa bebe rápido.

—Aaaah. ¡Qué bien! La verdad es que estoy muy cansada. Siempre me meto tarde en la cama cuando voy a conciertos.

—¿Vas mucho a conciertos?

—Sí. Me gusta la música e intento ir bastante. No hay muchos conciertos en Santander. En Madrid o en Barcelona sí hay muchos; también en el País Vasco. Pero no aquí.

—¿Vas con tu novio, con amigos...?

—No tengo novio. Voy con un grupo de amigas. Casi siempre vamos juntas. Somos cuatro amigas.

—¿Íntimas?

—Muy íntimas. Del colegio.

—Eso está bien. ¿Cómo es que no tienes novio?

—Ninguno me quiere —dice ella con cara de niña pequeña. Se ríe—. Bueno, en realidad soy muy independiente. Los hombres no están mucho tiempo conmigo.

—También me gustan las mujeres independientes.

—¿Seguro? ¿Te acuerdas de eso? —dice ella con ironía.

—Oh, creo que sí. —Bueno, vamos bien. ¿Qué te parece un paseo?

—Adelante.

VI

El coche llega al hospital. Es la hora de comer. Ainoa y «Javier» bajan y caminan por los pasillos. Van al comedor. Esperan unos momentos para encontrar una mesa libre; hay muchas personas, médicos, enfermeros y visitantes, que comen en el comedor del hospital. Finalmente, ocupan una mesa.

—Una mañana muy agradable —dice «Javier»—. Recordar así es un placer.

—Pero realmente no recuerdas mucho. En el Paseo de Pereda nada te resulta familiar. Es raro. La playa, los bares, las tiendas... no te dicen nada.

—Así es.

—¿Está libre este asiento?

Levantan la vista. El inspector Herrero está de pie con una bandeja con comida.

—Claro. Ahora estamos los tres —responde «Javier»—. ¿Cómo le va?

—Tirando. ¿Y usted? ¿Recupera sus recuerdos?

—No, no mucho. Recuerdo que me gusta el zumo de naranja y las mujeres independientes, pero no mucho más. Ah, y que me gusta pasear por la ciudad.

—No está mal para una mañana. Pero no es mucho, es verdad. ¿Nada del robo?

—Me parece que no. Lo siento.

—Bueno, yo tengo buenas noticias. Es algo que tiene que ver con lo de Mecano y el accidente. La calle del accidente está llena de papeles de propaganda del concierto. Veamos: es lunes por la mañana. Recuerdo que en el momento de meterle a usted en la ambulancia, miro un papel que está en el suelo y un policía amigo mío me dice: «Son Mecano. Voy a ir esta tarde». Un comentario sin importancia, como ve, pero en esta profesión no se sabe cuándo o cómo las cosas más pequeñas son importantes. ¿Qué quiere decir esto? Yo creo que usted se acuerda de Mecano relacionado con el accidente porque posiblemente es el último recuerdo que tiene antes del accidente. Esto quiere decir que, como no puede leer los papeles que están en el suelo cuando va en un coche a toda velocidad por las calles de la ciudad, usted no va en el coche. Es el otro hombre el que va en el coche y tiene el accidente cuando le atropella a usted. Conclusión: el otro es el ladrón, y usted es inocente. Naturalmente, todo esto es sólo una hipótesis. La base no es muy fuerte: una idea que nace de un recuerdo muy débil. Pero es algo positivo, ¿no le parece?

—Oh, sí, sí que me lo parece. Es usted bastante inteligente.

—Para eso me pagan. Pero no lo tome muy en serio. Le digo que es sólo una idea, nada definitivo. Esperamos nuevos datos. Por cierto, esta comida no está muy buena; más bien, está malísima.

VII

—Hoy es sábado. El día está un poco oscuro, pero no va a llover. ¿Dónde quieres ir?

—Me apetece ir al Palacio de la Magdalena.

—¿Seguro? No parece un lugar bueno para recordar nada. Quiero decir que es difícil encontrar ahí alguna cosa de tu vida cotidiana.

—Tienes razón. Recordar y hacer turismo son dos cosas diferentes, ¿verdad?

—Sí, bastante. Claro que en el Palacio hay cosas que posiblemente resultan buenas para traer otros recuerdos: cuadros, libros, habitaciones, jardines... Muy bien, vamos. Nunca sabemos dónde podemos tener suerte. Tenemos el ejemplo de tu recuerdo de Mecano, ¿no? ¿Quién sabe? A lo mejor eres un millonario y en el Palacio te acuerdas de todo.

—Claro, claro. Continúa. ¡Qué imaginación! Los dos van al coche de Ainoa y montan. Ella explica a «Javier» algunas cosas de la ciudad.

—Esto es el Paseo de Pereda, lo conoces ya. Ahora subimos esta calle, y eso que ves allí es el Auditorio. Muy moderno, ¿no? A mucha gente no le gusta, pero es muy bueno para conciertos y teatro. ¿Sabes que en verano hay aquí un festival internacional de teatro? Toda esta parte es la zona más bonita y rica de la ciudad. Aquí vive la gente que tiene más dinero, las más ricas. ¿Qué te parecen las casas? Bonitas, ¿eh? Todas miran al mar. Santander es una ciudad muy elegante, ¿sabes? Ahora, aquí, entramos en la Península, donde está el Palacio. Actualmente es posible visitarlo porque hay en él una universidad.

—¿Una universidad? —preguntó «Javier», extrañado.

—Sí, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, bastante famosa. Tiene unos cursos de verano muy conocidos, y mucha gente viene a Santander para asistir a ellos. También viene gente del extranjero; creo que hay cursos de español también. Bueno, aquí estamos. ¿Qué tal?

Ainoa baja del coche, saca la silla de ruedas y ayuda a «Javier» a salir del coche y subir a ella.

—Bueno, el edificio es bastante bonito. Pero... no sé. Tengo una sensación extraña. Me parece que yo conozco este lugar. Creo recordar que no es la primera vez que vengo.

—¿En serio? —pregunta Ainoa, con esperanza —¡Estupendo! ¿Ves? Poco a poco los recuerdos vuelven.

—Sí, sí recuerdo este sitio.

Unas personas ayudan a Ainoa a subir la silla de ruedas por las escaleras que hay en la puerta del edificio, un edificio gris y antiguo, de sólida piedra. En el interior, casi todo es de madera, vieja y noble. Los pasos de las personas están acompañados del ruido de la madera. Hay cuadros en las paredes, de hombres famosos por su inteligencia y por sus obras, viejos cuadros de científicos, poetas, escritores, políticos y soldados. En los pasillos hay vitrinas, sillones y mesitas, alfombras y tapices. Unos estudiantes pasan con libros y carpetas. Ainoa explica:

—Como sabes, este palacio es ahora una universidad. En este momento, precisamente, hay varios cursos sobre diferentes temas. Mira, todas las habitaciones son en realidad clases. Esta universidad tiene una biblioteca con muchos libros de literatura española muy raros. Pero ya sabes que en realidad es un palacio, así que es muy bonito y noble, diferente de las universidades modernas.

—Un momento, un momento... te digo que yo conozco este lugar, u otro similar. Todo me resulta familiar.

—¡Magnífico! Aquí hay vitrinas con libros y otras cosas. ¿Quieres mirar?

—Sí... Libros antiguos, monedas...

—De repente, «Javier» ve una cosa que le impresiona. Cierra los ojos y se pone las manos en la cabeza. Mira otra vez en la vitrina y murmura palabras que Ainoa no oye bien. Ella mira atentamente las cosas que están en la vitrina, pero no ve nada especial.

—¿Qué te pasa, Javier? ¿Ocurre algo?

—Recuerdo claramente una cosa, Ainoa. Hay aquí objetos que tienen que ver con mi vida. —¿Qué objetos? ¿Qué es?

«Javier» señala con la mano y Ainoa abre la boca, sorprendida. Las cosas que él señala en la vitrina son una colección de collares, pendientes, anillos y diademas antiguas. Joyas.




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