En un reino oriental vive una reina que se llama Layla. Su sabiduría ilumina la tierra como el sol, su belleza ciega a los hombres y su riqueza es mayor que la de otros reyes del mundo.
Una mañana su principal consejero solicita una audiencia y dice a la reina:
− ¡Gran reina Layla! Es Usted muy sabia, muy bella y muy rica. Pero he oído decir[16] cosas que no me gustan: algunas personas se burlan de Usted y protestan de sus decisiones. ¿Por qué, a pesar de todo lo que Usted ha hecho para sus súbditos, ellos aún no están contentos?
La reina sonríe y responde:
− Mi fiel consejero, sabes cuánto he hecho yo para mi reino. Siete regiones están bajo mi control y todas ellas disfrutan de paz y prosperidad. En todas las ciudades las decisiones de mi corte son justas. Puedo hacer casi todo lo que quiero. Puedo hacer cerrar las fronteras, clausurar con cerrojos los portones del palacio y sellar el cofre del tesoro por el tiempo indefinido. Pero hay sólo una cosa que no puedo hacer: no puedo hacer callar a la gente. Y voy a decirte que no se trata de escuchar lo que ciertas personas dicen de falso: lo importante es continuar haciendo[17] lo que yo considero verdadero.