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Preguntas

1. ¿En qué había cambiado Privet Drive en los últimos diez años?

2. ¿Qué sueño tuvo Harry?

3. ¿Qué le encargó la tía a Harry y por qué?

4. ¿Dónde dormía Harry?

5. ¿Qué regalos recibió Dudley?

6. ¿Cómo se vestía Harry?

7. ¿Qué aspecto tenía Harry?

8. ¿Qué pasaba con el pelo de Harry?

 

СРС

 

Traducir del ruso al español el diálogo

СРСП

Estudia los relatos para luego contarlos en clase.

 

 

Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley pare­cía un angelito. Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.

Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.

—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su pa­dre—. Dos menos que el año pasado.

—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.

—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, po­niéndose rojo.

Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si vol­caba la mesa.

Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápi­damente:

—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salga­mos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?

Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente.

—Entonces tendré treinta y.. treinta y..

—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.

—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y co­gió el regalo más cercano—. Entonces está bien.

Tío Vernon rió entre dientes.

—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.

En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a co­gerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que es­taba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el or­denador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un re­loj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada a la vez.

—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.

La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Dud­ley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mi­rando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.

—Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.

—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.

Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensa­ran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.

—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?

—Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.

—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Po­dría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley

Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.

—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.

—No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escu­charon.

—Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlo en el coche...

—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...

Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retor­cía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.

 

 


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